GARCIA MARQUEZ
Había perdido en la espera la fuerza de los muslos, la dureza de los senos, el hábito de la ternura, pero conservaba intacta la locura del corazón
El prolongado cautiverio, la incertidumbre del mundo, el hábito de obedecer habían resecado en su corazón las semillas de la rebeldía
La búsqueda de las cosas perdidas está entorpecida por los hábitos rutinarios, y es por eso que cuesta tanto trabajo encontrarlas
Ninguna aventura de la imaginación tiene más valor literario que el más insignificante episodio de la vida cotidiana
La nostalgia, como siempre, había borrado los malos recuerdos y magnificado los buenos
Ofrecer amistad al que busca amor es dar pan al que se muere de sed
No, no rico. Soy un hombre pobre con dinero, que no es lo mismo
A los demonios no hay que creerles ni cuando dicen la verdad
En último instancia la literatura no es más que carpintería. Con ambas trabajas con la realidad, un material tan duro como la madera
Le rogó a Dios que le concediera al menos un instante par que él no se fuera sin saber cuánto lo había querido por encima de las dudas de ambos, y sintió un apremio irresistible de empezar a vida con él otra vez desde el principio para decirse todo lo que se les quedó sin decir, y volver a hacer bien cualquier cosa que hubieran hecho mal en el pasado. Pero tuvo que rendirse ante la intransigencia de la muerte
Lo más importante que aprendí a hacer después de los cuarente años fue a decir no cuando es no
La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido
La felicidad no es como dicen, que solo dura un instante y no se sabe que se tuvo sino cuando se acabó. La verdad es que dura mientras dure el amor. Porque con amor, hasta morirse es bueno
No te esfuerces tanto, las mejores cosas suceden cuando menos te las esperas
Pero si algo habían aprendido juntos era que la sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada
La sabiduría llega con la experiencia, con el ensayo y el error.
No hay medicina que cure lo que no cura la felicidad
Salud no es solo ausencia de enfermedad, sino también bienestar.
Las ideas no son de nadie
Ningún lugar es más triste que una cama vacía
La vida no la enseña nadie
En realidad, el único momento de la vida en que siento ser yo mismo es cuando estoy con mis amigos
El escritor escribe su libro para explicarse a sí mismo lo que no se puede explicar
Ninguna persona merece tus lágrimas y quien se las merezca no te hará llorar
Puedes ser solamente una persona para el mundo, pero para alguna persona tú eres el mundo
La ilusión no se come -dijo ella- No se come, pero alimenta -replicó el coronel.
El amor se hace más grande y noble en la calamidad
Ya me sobrará tiempo para descansar cuando me muera, pero esta eventualidad no está todavía en mis proyectos
Pero a pesar de su inmensa sabiduría y de su ámbito misterioso, tenía un peso humano, una condición terrestre que lo mantenía enredado en los minúsculos problemas de la vida cotidiana
El problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor, y hay que volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno
El cambio de personalidad es una lucha cotidiana en la que uno se rebela contra su propia determinación de cambiar, y quiere seguir siendo uno mismo
El deber de los escritores no es conservar el lenguaje sino abrirle camino en la historia.
Cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño por primera vez el dedo de su padre, lo tiene atrapado para siempre
No llores porque ya se terminó, sonríe porque sucedió
El cuerpo humano no está hecho para los años que uno podría vivir
Las cosas tienen vida propia. Todo es cuestión de despertarle el ánima
No tenemos otro mundo al que podernos mudar
La creación intelectual es el más misterioso y solitario de los oficios humanos
La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla
Hay un momento en que todos los obstáculos se derrumban, todos los conflictos se apartan, y a uno se le ocurren cosas que no había soñado, y entonces no hay en la vida nada mejor que escribir
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo
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